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Católicos protestantizados

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Católicos protestantizados

Existe un modo de ser católicos extraño a la fe y contrario a la verdad. Se trata de pensar y de proponer adaptaciones de las enseñanzas de la Iglesia a los propios deseos, a la mentalidad del mundo, según el «progreso» de la humanidad, según la marcha de los tiempos.

Este es el modo de pensar de muchos que se autodeclaran «católicos», cuando en realidad cada vez están más lejos de la fe de la Iglesia. Son católicos que van contra la doctrina sexual católica, que rechazan la «Humanae vitae», que defienden la «licitud» del uso de los anticonceptivos, que no ven mal las relaciones prematrimoniales si hay amor en la pareja, que aceptan el divorcio como «solución» a los fracasos de tantas parejas.

Son católicos que condenan el aborto de modo suave, casi descafeinado, al decir que está mal pero que hay situaciones especiales, que hay casos extremos que lo permitirían, que la ignorancia de las personas lo justifica, que la pobreza de muchos países lo haría casi necesario.

Son católicos que ven como negativas palabras como cruz, abnegación, renuncia de uno mismo; y que prefieren una moral más «positiva» y optimista, que renuncie a ideas «superadas» (hablar de pecado no es comprensible para muchos, según ellos dicen) y que acoja nuevas propuestas psicológicas o espiritualidades que vienen del Oriente.

Son católicos que consideran que los dogmas no pueden permanecer fijos, que las ideas cambian con el tiempo, que vale la pena adaptarse a los nuevos modos de pensar de un mundo que ya vive bajo los descubrimientos de Darwin, de Freud y de los nuevos profetas.

Son católicos que interpretan los sacramentos en clave sociológica, que rechazan la idea de la «transustanciación», que piden que las mujeres tengan acceso al sacerdocio, que incluso no tienen claro el sentido auténtico de la jerarquía en la Iglesia.

Son católicos que tienen tiempo para leer libros de espiritualidad confusa, tipo New Age, que admiran a los pueblos primitivos (algunos de los cuales ofrecían sacrificios humanos), que exaltan la riqueza intelectual de los budistas o de los musulmanes, mientras no han dedicado casi nada de tiempo a leer a fondo la Biblia, a estudiar a los Padres de la Iglesia, a conocer los documentos de los Papas y de los Concilios.

Son católicos, en definitiva, que piensan según criterios subjetivos, como tantos grupos protestantes, donde cada uno puede interpretar la fe «católica» a su manera. Se alejan así de la verdad para acoger fábulas y errores de todo tipo (cf. 2Tim 4,4).

Al final, al querer adaptar la Iglesia a su modo de pensar, lo único que hacen es desintegrarla o, simplemente, viven como si existieran cien iglesias, tantas como mentalidades diferentes conviven entre los católicos protestantizados.

Hay que superar esa mentalidad que tanto daño hace a la Iglesia y, de un modo muchas veces imperceptible, a uno mismo. Porque no existe más Iglesia que la fundada por Cristo sobre la Roca de Pedro y de los Apóstoles, porque no hay fe fuera de la aceptación amorosa de la Escritura y de la Tradición tal y como nos la presentan el Papa y los obispos que viven unidos entre sí y al Papa.

Ante esta mentalidad, podemos rezar a Dios Padre, con las mismas palabras de Cristo, para que nos conceda el don de la unidad (cf. Jn 17). Porque no existen mil doctrinas «católicas» elaboradas según los gustos de cada uno, sino que sólo existe un Evangelio de Jesucristo (cf.Gal 1,8-9) y una sola Iglesia edificada guiada por la mano de Pedro y de sus sucesores (cf. Mt16,18-19).

LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

Éste es un vaso de elección que elegí para que lleve
mi nombre ante los gentiles.
(Hechos de los Apóstoles, 9, 15)

San Pablo es derribado en el camino a Damasco, y de perseguidor de cristianos se convierte en apóstol de Cristo. El Señor le envía a Ananías para de volverle la vista y administrarle el santo Bautismo. El Apóstol novel permanece algunos días con los discípulos de Damasco, y, en seguida, se pone a predicar a Jesús en las sinagogas, asegurando que es el Hijo de Dios.

MEDITACIÓN
SOBRE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

I. Dios llama a San Pablo derribándolo por tierra y elevándolo hasta el tercer cielo. Ya no ve a las creaturas pues ha visto a Dios. ¿Quieres convertirte? Escucha la voz de Dios que te habla; cuando te arrebata tus placeres, tus parientes, tus amigos, son rayos que recibes que te advierten cierres los ojos a las cosas de este mundo y eleves tu mirada hacia los cielos. Cuántas veces ha dicho Jesucristo en el fondo de tu corazón: «¡Desventurado! ¿por qué me persigues?»

II. San Pablo escucha la voz de Dios, y le responde: Señor, ¿quién eres tú? Examina las inspiraciones que sientes. ¿Son de Dios? ¿Es la voz de la vanidad o la de Jesucristo la que te llama a esta obra al parecer tan santa? Desde que hayas reconocido la voz de Jesucristo, dile con San Pablo: «Señor, ¿qué quieres que haga?»

III. San Pablo ejecuta con prontitud aquello que se le manda. Escucha Ananías, recibe el bautismo e, inmediatamente, da testimonio de Aquél que lo ha llamado de las tinieblas a la luz. ¿Quieres tener éxito en tu conversión? No te demores, vete a buscar un prudente y sabio director espiritual; él será el intérprete de la voluntad de Dios. No tardes, alma mía, en convertirte al Señor, ni lo difieras de día en día. (Eclesiástico).

AYUDAME SEÑOR ¡¡

Ayúdame, oh Señor,
a que mis ojos sean misericordiosos,
para que yo jamás recele o juzgue según las
apariencias, sino que busque lo bello en el alma
de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame, oh Señor,
a que mis oídos sean misericordiosos,
para que tome en cuenta las necesidades
de mi prójimo y no sea indiferente
a sus penas y gemidos.

Ayúdame, oh Señor,
a que mi lengua sea misericordiosa,
para que jamás hable negativamente de mi prójimo,
sino que tenga una palabra de consuelo
y de perdón para todos.

Ayúdame, oh Señor,
a que mis manos sean misericordiosas
y llenas de buenas obras, para que sepa hacer
sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí
las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame, oh Señor,
a que mis pies sean misericordiosos,
para que siempre me apresure a socorrer
a mi prójimo, dominando mi propia fatiga
y mi cansancio.
Mi reposo verdadero
está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame, oh Señor,
a que mi corazón sea misericordioso,
para que yo sienta todos los sufrimientos
de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón.
Seré sincera incluso con aquellos de los cuales
sé que abusarán de mi bondad.
Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo
Corazón de Jesús.
Soportaré mis propios sufrimientos en silencio.

Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.

Amén.

Autor: Santa Faustina Kowalska

FERNANDO CASANOVA: LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA

Introducción de las Horas de la Pasión de Luisa Piccarreta (San Anibal M…

Hoy es el día de la Divina Pastora: Una virgen milagrosa que camina en los hombros de su pueblo

 

Publicado el 13 de ene de 2012 1:33 pm |

1.702 lecturas   31 comentarios

Foto: NEWS FLASH JC/ Imagen referencial de Archivo

El tan esperado 14 de enero llegó. Este sábado la Divina Pastora realizará una procesión en los hombros de sus fieles devotos, la visita 156 a Barquisimeto. Cantos, rezos y alabanzas invaden al estado Lara, específicamente a la población de Santa Rosa.

Barquisimeto, 13 Ene. AVN (por Félix Gutiérrez ).- La procesión de la Divina Pastora es la manifestación religiosa del pueblo venezolano más multitudinaria del país, así como una de las más grandes de América Latina, junto con la virgen de la Guadalupe, en México.

Se trata de un acto de fe, devoción y veneración por una de las advocaciones de la Virgen María, que convoca al menos a dos millones y medio de personas en las calles y avenidas de Barquisimeto, en el estado Lara, según el último cálculo, el de la procesión del año pasado, efectuado por las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad.

Un peregrinaje de más de siete kilómetros con una tradición de 156 años, que se realiza desde el pueblo de Santa Rosa, el santuario de la Divina Pastora, hasta la Catedral de Barquisimeto, en un camino que cumple la virgen milagrosa todos los años sobre los hombros de su pueblo solidario.

Virgen Divina Pastora: Santísima Madre de los larenses

Se estima que este año hasta tres millones de personas podrían concurrir a esta procesión, caracterizada por los cantos, las alabanzas y las plegarias de los feligreses. Muchos cumplirán sus promesas vestidos de pastores y pastoras, también de nazarenos.

Algunos cumplirán sus promesas caminando descalzos un buen tramo de la procesión, otros lo harán de rodillas. Mireya Carucí, educadora jubilada de 60 años, es una de los miles de feligreses que todos los 14 de enero, día de la procesión, cumple el peregrinaje.

“Ver a la virgen antes de salir y luego acompañarla en la procesión es un acto maravilloso”, expresó Carucí, en la iglesia del pueblo Santa Rosa, el santuario de la Divina Pastora, situado entre las poblaciones de Barquisimeto y Cabudare, ciudades hermanas ubicadas a 367 kilómetros de Caracas.

Recordó: “Mi madre me traía desde muy pequeña a esta iglesia y a la procesión. Para nosotros los larenses la Divina Pastora es lo más grande, después de Dios. Es nuestra Santísima Madre”.

Este año, Carucí, quien vive en la calle 38 con carrera 22 de Barquisimeto, llegó al altar de la virgen en la iglesia de Santa Rosa, tomó seis pequeña velas, las sostuvo en la palma de una de sus manos y se arrodilló.

Levantó ambos brazos en señal de solicitud de un favor a la Divina Pastora y rezó durante unos minutos. Luego de persignarse se levantó, encendió las velas y las colocó en los candelabros.

Explicó que tomó las seis velas en una de sus palmas y se arrodilló para pedir por su familia. “Cada vela fue encendida a favor de cada uno de los integrantes de mi familia: Mi esposo, mis hijos, mis hermanos…”

También “he pedido por la bendición de nuestro país, de nuestra Patria. He pedido que apartemos el odio que algunos albergan, que no pensemos tanto en cosas malas y que fomentemos más la felicidad”, dijo.

Procesión de la Divina Pastora: 309 años de historia

El párroco de la iglesia de Santa Rosa, Pablo Fidel González, recordó que este culto por la Divina Pastora se inició en Sevilla, España, hace más de 300 años.

Contó que una madrugada de 1703 Fray Isidoro, un sacerdote capuchino de esta localidad española, tuvo un sueño, en el que aparecía una virgen sentada sobre una piedra, vestida con un largo traje, un sombrero y un bastón.

Fray Isidoro, quien era uno de los más fervientes seguidores de la congregación mariana: la hermandad caracterizada por la adoración por la Virgen María, contó que la virgen cargaba un niño en su regazo y estaba rodeada de ovejas.

Dicen que el sacerdote se levantó aquella mañana y se dirigió a casa de un amigo, el pintor Miguel Alonso de Tovar, a quien le contó el sueño y le pidió que le pintara en un lienzo la imagen de esta virgen, tal y como se le había aparecido en el sueño providencial y divino.

En la fiesta de la Natividad de la Virgen María de aquel año, el sacerdote sacó el lienzo como estandarte en la procesión que se realizaba desde la Parroquia Santa Gil hasta la alameda de Sevilla, “causando una grata impresión entre los feligreses”, dijo González.

Desde aquel día nació la devoción por la Divina Pastora de las Almas, como se le conoció originalmente a esta imagen que evoca a la Virgen María, la madre de Jesús. Esta devoción se extendió por el mundo cristiano occidental, consiguiendo en Barquisimeto, estado Lara, una de sus más fervientes expresiones de fe religiosa.

Santa Rosa: El milagroso pueblo de la Divina Pastora

A principios del siglo XVIII llegó a la iglesia del pueblo Santa Rosa de Los Cerritos, cerca de Barquisimeto, un sacerdote de nombre Sebastián Bernal, con la misión de seguir el proceso de evangelización.

El actual párroco de la iglesia de Santa Rosa, Pablo Fidel González, resaltó que en 1736 el sacerdote Bernal encargó a un reconocido escultor español una réplica de la Virgen Inmaculada Concepción para la iglesia de Santa Rosa.

El vicario de la iglesia Concepción de Barquisimeto, a su vez, había encargado al mismo escultor hacer una imagen de la Divina Pastora para este templo, catedral de la ciudad en aquella época.

El escultor se equivocó y envió la imagen de la Inmaculada Concepción a la iglesia de Barquisimeto y la imagen de la Divina Pastora a la iglesia del pueblo Santa Rosa de Los Cerritos, ubicado en las afueras de la ciudad. Cuando el sacerdote Bernal se percató del error, ordenó que la imagen de la Divina Pastora fuese llevada a Barquisimeto.

No obstante, cuando los indígenas encargados de llevar la virgen intentaron levantar el cajón en el que se encontraba la imagen de la Divina Pastora, la estructura de madera pesaba en extremo, al punto que indígenas y españoles no pudieron alzarla del piso.

El sorprendido padre Bernal comunicó la noticia al vicario de Barquisimeto. Éste ordenó que la imagen de la Divina Pastora permaneciera en Santa Rosa, “interpretando este acto como la voluntad de la virgen de permanecer en este pueblo”, relató González.

Agregó que el terremoto de Barquisimeto, del 26 de marzo de 1812, es uno de los acontecimientos que contribuyó al crecimiento del culto de la Divina Pastora. Este fenómeno natural destruyó parcialmente al pueblo de Santa Rosa, incluida la iglesia.

Sólo el nicho en el que permanecía la imagen de la virgen quedó milagrosamente intacto, lo que contribuyó a reforzar la creencia de que la virgen deseaba quedarse en Santa Rosa para cuidar y para proteger a sus pobladores.

Epidemia de cólera: El gran milagro de la Divina Pastora

El otro suceso histórico trascendental que catapultó el culto de la Divina Pastora ocurrió en 1856, cuando una epidemia de cólera azotó Barquisimeto, como sucedía en otras zonas de Venezuela y de otros países de América Latina en aquella época.

El cronista de Barquisimeto, Ramón Querales, señaló que la epidemia del cólera “acabó con miles de vidas sin que poder humano alguno pudiera impedir el desastre, por la pobre preparación médico-sanitaria de Venezuela de aquella época y la incapacidad de enfrentar emergencias de esa magnitud”.

Los habitantes y las autoridades de aquel tiempo, desesperados, trajeron en procesión a la Divina Pastora de Santa Rosa a Barquisimeto, como una súplica al Dios Supremo para que terminara la epidemia.

El historiador y sacerdote Nectario María relató que el párroco de la iglesia Claret de Barquisimeto, el presbítero Macario Yépez, imploró a la Divina Pastora que acabara con este sufrimiento del pueblo.

El sacerdote pidió convertirse en la última persona en morir de cólera en la ciudad. La promesa se cumplió. El padre Macario Yépez murió de cólera días más tarde y desde entonces la epidemia desapareció de la ciudad. La desaparición del cólera se le adjudicó a un milagro de la Divina Pastora.

Desde entonces, cada 14 de enero la virgen Divina Pastora sale en procesión sobre los hombros del pueblo desde la iglesia de Santa Rosa hasta la catedral de Barquisimeto.

Con cada nueva procesión aumenta la devoción por esta inmaculada imagen religiosa de sombrero, bastón, ovejas alrededor de su trono y que carga en su regazo a un pequeño que representa al Niño Jesús.

La veneración también aumenta en la misma proporción que la virgen cumple promesas de salud, paz, bienestar y otros favores, que estimulan al pueblo venezolano, cada vez más, a acompañarla cada 14 de enero en este multitudinario peregrinaje de más de siete kilómetros de fe, devoción y veneración por su virgen.

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SOBRE MARÍA: Los supuestos hijos

Biblia de los Testigos de Jehová (En Profundidad)

ACERCA DE LA INQUIETUD por San Francisco de Sales

de Catolicidad

La inquietud no es una simple tentación, sino una fuente de la cual y por la cual vienen muchas tentaciones; diremos, pues, algo acerca de ella. La tristeza no es otra cosa que el dolor del espíritu a causa del mal que se encuentra en nosotros contra nuestra voluntad; ya sea exterior, como pobreza, enfermedad, desprecio, ya interior, como ignorancia, sequedad, repugnancia, tentación. Luego, cuando el alma siente que padece algún mal, se disgusta de tenerlo, y he aquí la tristeza, y, enseguida desea verse libre de él y poseer los medios para echarlo de sí. Hasta este momento tiene razón, porque todos, naturalmente, deseamos el bien y huimos de lo que creemos que es un mal.

Si el alma busca, por amor de Dios, los medios para librarse del mal, los buscará con paciencia, dulzura, humildad y tranquilidad, y esperará su liberación más de la bondad y providencia de Dios que de su industria y diligencia; si busca su liberación por amor propio, se inquietará y acalorará en pos de los medios, como si este bien dependiese más de ella que de Dios. No digo que así lo piense, sino que se afanará como si así lo pensase.

Si no encuentra enseguida lo que desea, caerá en inquietud y en impaciencia, las cuales, lejos de librarla del mal presente, lo empeorarán, y el alma quedará sumida en una angustia y una tristeza, y en una falta de aliento y de fuerzas tal, que le parecerá que su mal no tiene ya remedio. He aquí, pues, cómo la tristeza, que al principio es justa, engendra la inquietud, y ésta le produce un aumento de tristeza, que es mala sobre toda medida.

La inquietud es el mayor mal que puede sobrevenir a un alma, fuera del pecado; porque, así como las sediciones y revueltas intestinas de una nación la arruinan enteramente, e impiden que pueda resistir al extranjero, de la misma manera nuestro corazón, cuando está interiormente perturbado e inquieto, pierde la fuerza para conservar las virtudes que había adquirido, y también la manera de resistir las tentaciones del enemigo, el cual hace entonces toda clase de esfuerzos para pescar a río revuelto, como suele decirse.

La inquietud proviene del deseo desordenado de librarse del mal que se siente o de adquirir el bien que se espera, y, sin embargo, nada hay que empeore más el mal y que aleje tanto el bien como la inquietud y el ansia. Los pájaros quedan prisioneros en las redes y en las trampas porque, al verse cogidos en ellas, comienzan a agitarse y revolverse convulsivamente para poder salir, lo cual es causa de que, a cada momento, se enreden más. Luego, cuando te apremie el deseo de verte libre de algún mal o de poseer algún bien, ante todo es menester procurar el reposo y la tranquilidad del espíritu y el sosiego del entendimiento y de la voluntad, y después, suave y dulcemente, perseguir el logro de los deseos, empleando, con orden, los medios convenientes; y cuando digo suavemente, no quiero decir con negligencia, sino sin precipitación, turbación e inquietud; de lo contrario, en lugar de conseguir el objeto de tus deseos, lo echarás todo a perder y te enredarás cada vez más.

«Mi alma -–decía David-– siempre está puesta, ¡oh Señor!, en mis manos, y no puedo olvidar tu santa ley». Examina, pues, una vez al día a lo menos, o por la noche y por la mañana, si tienes tu alma en tus manos, o si alguna pasión o inquietud te la ha robado: considera si tienes tu corazón bajo tu dominio, o bien si ha huido de tus manos, para enredarse en alguna pasión desordenada de amor, de aborrecimiento, de envidia, de deseo, de temor, de enojo, de alegría. Y, si se ha extraviado, procura, ante todo, buscarlo y conducirlo a la presencia de Dios, poniendo todos tus afectos y deseos bajo la obediencia y la dirección de su divina voluntad. Porque, así como los que temen perder alguna cosa que les agrada mucho, la tienen bien cogida de la mano, así también, a imitación de aquel gran rey, hemos de decir siempre: «¡Oh Dios mío!, mi alma está en peligro; por esto la tengo siempre en mis manos, y, de esta manera, no he olvidado tu santa ley».

No permitas que tus deseos te inquieten, por pequeños y por poco importantes que sean; porque, después de los pequeños, los grandes y los más importantes encontrarán tu corazón más dispuesto a la turbación y al desorden. Cuando sientas que llega la inquietud, encomiéndate a Dios y resuelve no hacer nada de lo que tu deseo reclama hasta que aquélla haya totalmente pasado, a no ser que se trate de alguna cosa que no se pueda diferir; en este caso, es menester refrenar la corriente del deseo, con un suave y tranquilo esfuerzo, templándola y moderándola en la medida de lo posible, y hecho esto, poner manos a la obra, no según los deseos, sino según la razón.

Si puedes manifestar la inquietud al director de tu alma, o, a lo menos, a algún confidente y devoto amigo, no dudes que enseguida te sentirás sosegado; porque la comunicación de los dolores del corazón hace en el alma el mismo efecto que la sangría en el cuerpo que siempre está calenturiento: es el remedio de los remedios. Por este motivo, dio San Luis este aviso a su hijo: «Si sientes en tu corazón algún malestar, dilo enseguida a tu confesor o a alguna buena persona, y así podrás sobrellevar suavemente tu mal, por el consuelo que sentirás».

“Introducción a la Vida Devota” por San Francisco de Sales

Catholic.net – 25 frases de la “Porta fidei” de Benedicto XVI anunciando el Año de la Fe.

Catholic.net – 25 frases de la “Porta fidei” de Benedicto XVI anunciando el Año de la Fe.

La comunion de los santos segun la BIblia

Postrarse y adorar

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
6 de enero

Reyes MagosEl Evangelio de San Mateo (2,1-12) relata la historia de los magos.
Epifanía significa «manifestación». Jesús se da a conocer. Aunque Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como epifanías tres eventos:
Su Epifanía ante los Magos de Oriente: Se trata de una manifestación a los paganos, para poner de relieve que el Niño Dios que nace, viene para salvarnos a todos, independientemente de nuestra raza.
Su Epifanía del Bautismo del Señor: Manifestación a los judíos por medio de San Juan Bautista.
Su Epifanía de las Bodas de Caná: Manifestación a Sus discípulos y comienzo de Su vida pública por intercesión de su Madre María.

LOS OBSEQUIOS

Melchor, que representa a los europeos, ofreció al Niño Dios un presente de oro que atestigua su realeza. Gaspar, representante de los semitas de Asia, cuyo bien más preciado es el incienso, lo ofreció al Niño como símbolo de su divinidad. Y por último, Baltasar, negro y con barba, se identifica con los hijos de Cam, los africanos, que entregan la mirra, en alusión a su futura pasión y resurrección.

LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS
según las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich.

«Vi la caravana de los tres Reyes llegando a una puerta situada hacia el Sur.
Un grupo de hombres los siguió hasta un arroyo que hay delante de la ciudad, volviéndose luego. Cuando hubieron pasado el arroyo, se detuvieron un momento para buscar la estrella en el cielo. Habiéndola divisado dieron un grito de alegría y continuaron su marcha cantando. La estrella no los conducía en línea recta, sino por un camino que se desviaba un poco al Oeste.
La gran estrella
«La estrella, que brillaba durante la noche como un globo de fuego, se parecía ahora a la luna vista durante el día; no era perfectamente redonda, sino como recortada; a menudo la vi oculta por las nubes (…) El camino que seguían los Reyes era solitario, y Dios los llevaba sin duda por allí para que pudieran llegar a Belén durante la noche, sin llamar demasiado la atención.
Los vi ponerse en camino cuando ya el sol se hallaba muy bajo. Iban en el mismo orden, en que habían venido ; Ménsor, el más joven, iba delante; luego venía Saír, el cetrino, y por fin Teóceno, el blanco, que era también el de más edad.
«Les hablaron del valle de los pastores como de un buen lugar para levantar sus carpas. Ellos se quedaron durante largo rato indecisos. Yo no les oí preguntar nada acerca del rey de los judíos recién nacido. Sabían que Belén era el sitio designado por la profecía; pero, a causa de lo que Herodes les había dicho, temían llamar la atención.
«Pronto vieron brillar en el cielo, sobre un lado de Belén, un meteoro semejante a la luna cuando aparece; montaron entonces nuevamente en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros ruinosos, dieron la vuelta a Belén, por el Sur, y se dirigieron al Oriente hacia la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura donde los ángeles se habían aparecido a los pastores (…) «El campamento se hallaba en parte arreglado, cuando los Reyes vieron aparecer la estrella, clara y brillante, sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia ella perpendicularmente sus rayos de luz. La estrella pareció crecer mucho y derramó una cantidad extraordinaria de luz (…)
Un gran júbilo
«De pronto sintieron un gran júbilo, pues vieron en medio de la luz, la figura resplandeciente de un niño. Todos se destocaron para demostrar su respeto; luego los tres Reyes fueron hacia la colina y encontraron la puerta de la gruta. Ménsor la abrió, viéndola llena de una luz celeste, y al fondo, a la Virgen, sentada, sosteniendo al Niño, tal como él y sus compañeros la habían visto en sus visiones.
³Volvió sobre sus pasos para contar a los otros lo que acababa de ver (…) Los vi ponerse unos grandes mantos, blancos con una cola que tocaba el suelo. Tenían un reflejo brillante, como si fueran de seda natural; eran muy hermosos y flotaban ligeramente a su alrededor. Eran éstas las vestiduras ordinarias para las ceremonias religiosas. En la cintura llevaban unas bolsas y unas cajas de oro colgadas de cadenas, cubriendo todo esto con sus amplios mantos. Cada uno de los Reyes venía seguido por cuatro personas de su familia, además de algunos servidores de Ménsor que llevaban una mesa pequeña, una tapete con flecos y otros objetos.
«Los Reyes siguieron a San José, y al llegar bajo el alero que estaba delante de la gruta, cubrieron la mesa con el tapete y cada uno de ellos puso encima las cajas de oro y los vasos que desprendieron de su cintura :
eran los presentes que ofrecían entre todos.
En el pesebre
«Ménsor y los demás se quitaron las sandalias, y José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Ménsor iban delante de él; tendieron una tela sobre el piso de la gruta, retirándose luego hacia atrás ; otros dos los siguieron con la mesa, sobre la que estaban los presentes.
Una vez llegado delante de la Santísima Virgen, Ménsor los tomó, y poniendo una rodilla en tierra, los depositó respetuosamente a sus plantas. Detrás de Ménsor se hallaban los cuatro hombres de su familia que se inclinaban con humildad. Saír y Teóceno, con sus acompañantes, se habían quedado atrás, cerca de la entrada.
«María, apoyada sobre un brazo, se hallaba más bien recostada que sentada sobre una especie de alfombra, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado en el lugar en que había nacido; pero en el momento en que ellos entraron, la Santísima Virgen se sentó, se cubrió con su velo y tomó entre sus brazos al Niño Jesús, cubierto también por su amplio velo.
Entre tanto, María había desnudado el busto del Niño, el cual miraba con semblante amable desde el centro del velo en que se hallaba envuelto; su madre sostenía su cabecita con uno de sus brazos y lo rodeaba con el otro.
Tenía sus manitas juntas sobre el pecho, y a menudo las tendía graciosamente a su alrededor (…)  Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa, colgada de su cintura, un puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del largo de un dedo, afiladas en la extremidad y brillantes como el oro; era su regalo, que colocó humildemente sobre las rodillas de la Santísima Virgen al lado del Niño Jesús (…) Después se retiró, retrocediendo con sus cuatro acompañantes, y Saír, el Rey cetrino, se adelantó con los suyos y se arrodilló con una profunda humildad, ofreciendo su presente con palabras conmovedoras. Era un vaso de oro para poner el incienso, lleno de pequeños granos resinosos, de color verdoso; lo puso sobre la mesa delante del Niño Jesús.
Luego vino Teóceno, el mayor de los tres. Tenía mucha edad; sus miembros estaban endurecidos, no siéndole posible arrodillarse; pero se puso de pie, profundamente inclinado, y colocó sobre la mesa un vaso de oro con una hermosa planta verde. Era un precioso arbusto de tallo recto, con pequeños ramos crespos coronados por lindas flores blancas: era la mirra (…) Las palabras de los Reyes y de todos sus acompañantes eran llenas de simplicidad y siempre muy conmovedoras. En el momento de prosternarse y al ofrecer sus presentes, se expresaban más o menos en estos términos: «Hemos visto su estrella; sabemos que Él es el Rey de todos los reyes; venimos a adorarlo y a ofrecerle nuestro homenaje y nuestros presentes». Y así sucesivamente (…)
Dulce y amable gratitud
La madre de Dios aceptó todo con humilde acción de gracias; al principio no dijo nada, pero un simple movimiento bajo su velo expresaba su piadosa emoción. El cuerpecito del Niño se mostraba brillante entre los pliegues de su manto.
Por fin, Ella dijo a cada uno algunas palabras humildes y llenas de gracia, y echó un poco su velo hacia atrás. Allí pude recibir una nueva lección.
Pensé: «con qué dulce y amable gratitud recibe cada presente! Ella, que no tiene necesidad de nada, que posee a Jesús, acoge con humildad todos los dones de la caridad. Yo también, en lo futuro, recibiré humildemente y con agradecimiento todas las dádivas caritativas» ¡Cuánta bondad en María y en José! No guardaban casi nada para ellos, y distribuían todo entre los pobres
(…)
Los honores solemnes rendidos al Niño Jesús, a quien ellos se veían obligados a alojar tan pobremente, y cuya dignidad suprema quedaba escondida en sus corazones, los consolaba infinitamente. Veían que la Providencia todopoderosa de Dios, a pesar de la ceguera de los hombres, había preparado para el Niño de la Promesa, y le había enviado desde las regiones más lejanas, lo que ellos por sí no podían darle: la adoración debida a su dignidad, y ofrecida por los poderosos de la tierra con una santa magnificencia. Adoraban a Jesús con los santos Reyes. Los homenajes ofrecidos los hacían muy felices (…)
Agasajo
«Entre tanto, José, con la ayuda de dos viejos pastores, había preparado una comida frugal en la tienda de los tres Reyes. Trajeron pan, frutas, panales de miel, algunas hierbas y frascos de bálsamo, poniéndolo todo sobre una mesa baja, cubierta con un tapete. José había conseguido estas cosas desde la mañana para recibir a los Reyes, cuya venida le había sido anunciada de antemano por la Santísima Virgen (…) En Jerusalén vi hoy, durante el día, a Herodes leyendo todavía unos rollos en compañía de unos escribas, y hablando de lo que habían dicho los tres Reyes. Después todo entró nuevamente en calma, como si se hubiera querido acallar este asunto.
«Hoy por la mañana temprano vi a los Reyes y a algunas personas de su séquito, visitando sucesivamente a la Sagrada Familia. Los vi también, durante el día, cerca de su campamento y de sus bestias de carga, ocupados en hacer diversas distribuciones. Estaban llenos de júbilo y de felicidad, y repartían muchos regalos. Vi que entonces, se solía siempre hacer esto, en ocasión de acontecimientos felices.
«Por la noche, fueron al Pesebre para despedirse. Primero fue sólo Ménsor.
María le puso al Niño Jesús en los brazos; él lloraba y resplandecía de alegría.
Luego vinieron los otros dos, y derramaron lágrimas al despedirse. Trajeron todavía muchos presentes; piezas de tejidos diversos, entre los cuales algunos que parecían de seda sin teñir, y otros de color rojo o floreados; también trajeron muy hermosas colchas. Quisieron además dejar sus grandes mantos de color amarillo pálido, que parecían hechos con una lana extremadamente fina; eran muy livianos y el menor soplo de aire los agitaba.
Traían también varias copas, puestas las unas sobre las otras, cajas llenas de granos, y en una cesta, unos tiestos donde había hermosos ramos de una planta verde con lindas flores blancas. Aquellos tiestos se hallaban colocados unos encima de otros dentro de la canasta. Era mirra. Dieron igualmente a José unos jaulones llenos de pájaros, que habían traído en gran cantidad sobre sus dromedarios para alimentarse con ellos.
La despedida
«Cuando se separaron de María y del Niño, todos derramaron muchas lágrimas.
Vi a la Santísima Virgen de pie junto a ellos en el momento de despedirse.
Llevaba sobre su brazo al Niño Jesús envuelto en su velo, y dio algunos pasos para acompañar a los Reyes hasta la puerta de la gruta; allí se detuvo en silencio, y para dar un recuerdo a aquellos hombres excelentes, desprendió de su cabeza el gran velo transparente de tejido amarillo que la envolvía, así como al Niño Jesús, y lo puso en las manos de Ménsor. Los Reyes recibieron aquel presente inclinándose profundamente, y un júbilo lleno de respeto hizo palpitar sus corazones, cuando vieron ante ellos a la Santísima Virgen sin velo, teniendo al pequeño Jesús. ¡Cuántas dulces lágrimas derramaron al abandonar la gruta! El velo fue para ellos desde entonces la más santa de las reliquias que poseían.
«Hacia la medianoche, tuve de pronto una visión. Vi a los Reyes descansando en su carpa sobre unas colchas tendidas en el suelo, y cerca de ellos percibí a un hombre joven y resplandeciente. Era un ángel que los despertaba y les decía que debían partir de inmediato, sin volver por Jerusalén, sino a través del desierto, siguiendo las orillas del Mar Muerto.
«Los Reyes se levantaron enseguida de sus lechos, y todo su séquito pronto estuvo en pie. Mientras los Reyes se despedían en forma conmovedora de san José una vez más delante de la gruta del Pesebre, su séquito partía en destacamentos separados para tomar la delantera, y se dirigía hacia el Sur con el fin de costear el Mar Muerto atravesando el desierto de Engaddi.
«Los Reyes instaron a la Sagrada Familia a que partiera con ellos, porque sin duda alguna un gran peligro la amenazaba; luego aconsejaron a María que se ocultara con el pequeño Jesús, para no ser molestada a causa de ellos.
Lloraron entonces como niños, y abrazaron a san José diciéndole palabras conmovedoras; luego montaron sus dromedarios, ligeramente cargados, y se alejaron a través del desierto. Vi al ángel cerca de ellos, en la llanura, señalarles el camino. Pronto desaparecieron. Seguían rutas separadas, a un cuarto de legua unos de otros, dirigiéndose durante una legua hacia el Oriente, y enseguida hacia el Sur, en el desierto.