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¿Hermano o Padre? Confesarse con un hombre, Como asi ?
¿Hermano o Padre? Confesarse con un hombre Curso que dará argumentos sólidos a quienes no saben responder a objeciones sobre críticas de la fe y de esta manera fortalecer la identidad católica Autor: Paulo Diercks y P. Miguel Jordá | Fuente: |
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a)¿Hermano o Padre?
Queridos hermanos católicos: Me doy cuenta de que los hermanos evangélicos tienen miedo de llamar «padre» a los sacerdotes. Y aunque saben muy bien que es costumbre de llamar al ministro de la Iglesia Católica como «padre», algunos me dicen «caballero» o «señor» y, en el mejor de los casos, me llaman «hermano». También hay algunos que me dicen «señor sacerdote» (¡y me consta que después le dicen sin más a su gente que los sacerdotes mataron a Cristo, porque dicen que también así está en la Biblia!) No importa cómo me llamen, o qué piensen de mí. Sé que Dios conoce los pensamientos más íntimos y es El quien me va a juzgar. En esta carta quiero explicarles de donde viene este nombre de «padre» y luego en otra carta les hablaré de los sacerdotes, de los que ellos dicen que mataron al Señor. 1. El texto bíblico. Hermanos y amigos: leyendo bien toda la Biblia nos damos cuenta que las Sagradas Escrituras hacen siempre la distinción entre «Padre» como título de honor reservado al Dios Único, fuente y fin de todas las cosas, y padre con minúscula, es decir, el padre que da la vida humana o el «padre espiritual». Lo mismo sucede con la palabra Maestro. El único Maestro -con mayúscula- es Dios, pero esto no quita que, aun entre nosotros, llamemos maestro -con minúscula- a cualquier profesor o maestro carpintero. Es decir, tenemos un Padre y un Maestro por excelencia que es Dios. Un Padre y Maestro -en letra grande- que es el Dios Único y nadie puede apropiarse de este título. Ahora bien, entre nosotros puede haber muchos padres y maestros en cuanto que participamos de alguna manera de la paternidad y de la maestría de Dios. 2. ¿Qué nos dice la Biblia acerca del nombre «Padre»? Según este texto bíblico, está claro que no debemos dar este título divino a nadie más que a Dios. El es el Padre y Maestro por naturaleza. En El está el origen del bien, de la vida y de toda sabiduría. Veamos el contexto de la frase de Jesús: En el Evangelio de San Mateo, cap. 23, en un largo discurso, Jesús acusa a los fariseos y a los maestros de la ley, porque a ellos les gustan mucho los títulos de honor. Se consideran autorizados para interpretar la ley de Moisés como quieren (vers. 2), les gusta llevar en la frente y en el brazo partes de las Sagradas Escrituras (vers. 6), quieren que la gente los salude con todo respeto en las calles y que les llame maestros (vers. 7). Es en este contexto que Jesús les dice: «Pero ustedes no deben hacer que la gente les llame maestros, porque todos ustedes son hermanos y tienen solamente un Maestro, que es Cristo. Y no llamen ustedes Padre a nadie en la tierra, porque tienen solamente un Padre, el que está en el cielo» (vers. 8-9). «El que es el mayor de ustedes sea el que sirve a los demás (vers. 11). Porque el que se hace grande será humillado, pero el que se humilla será hecho grande» (vers. 12). Queridos hermanos, está muy claro que Jesús no quiere que demos títulos de honor a ningún miembro de la comunidad. Pero no debemos pensar que Jesús quiere terminar con toda autoridad entre nosotros, sino que pide que haya responsables en la comunidad de los creyentes que sirvan con mucha humildad al pueblo y que su autoridad no debe opacar la del único Padre Dios. Lo que importa en realidad no es el título que se da a los resposables de la comunidad, sino el servicio humilde que prestan. Y para expresar este servicio de paternidad espiritual es que desde hace siglos el pueblo llama, por acomodación, «padres» a los sacerdotes. 3. Jesús llama a Dios «Mi Padre» Ahora bien, nosotros también llamamos a Dios «nuestro Padre», ya que por el poder del Espíritu Santo, somos hijos de Dios. Jesús es Hijo por naturaleza, nosotros somos sus hijos por adopción. Dios es el Padre Único, fuente y fin de todas las cosas, y nosotros no debemos dar a nadie este título divino. Esto es lo que quería decir Jesús en su discurso contra los fariseos y los maestros de la ley (Mt. 23, 9) que se apropiaban títulos divinos. Pero Dios no quería decir ni que los hijos no llamen padre a su papá ni que en una comunidad cristiana los fieles no puedan llamar padre a su sacerdote. El texto también dice: «No llamen Maestro a nadie, porque uno solo es vuestro Maestro». Cierto que Jesucristo es el único Maestro fuente de toda verdad y sabiduría (Jn 18, 37), pero Dios no se opone a que llamemos maestro -por participación- a un profesor o a un maestro carpintero. El argumento es idéntico. Entendidas así las cosas, ni la palabra «padre» ni la palabra «maestro» son títulos exclusivos de Dios sino que, por acomodación, los aplicamos a las personas. Y así es que tanto la palabra «padre» como la palabra «maestro» forman parte del lenguaje común y corriente que empleamos a diario para conversar y para entendernos. En consecuencia, un hijo puede llamar «padre» a su papá, o a su padre espiritual o al sacerdote y puede llamar «maestro» a su profesor y al maestro gásfiter. Y las mismas Sagradas Escrituras no tienen ningún problema en usar estos nombres. Jesús mismo dijo: «Honra a tu padre y a tu madre» (Lc.18, 20). Y el apóstol Pablo lo repite varias veces: «Hijos, su deber como creyentes es obedecer a sus padres, porque esto es justo» (Ef. 6,1). Si el Apóstol los llama hijos en la fe significa que los hijos igualmente lo pueden llamar padre (Col. 3, 20 y Tim. 1, 2). Según la interpretación de los evangélicos, que no trepidan en sacar textos bíblicos fuera de su verdadero contexto, tampoco podríamos llamar «maestro» a nadie, ya que en la misma cita bíblica (Mt. 23, 8-9) Jesús nos dice que «no se dejen llamar Maestro porque un solo Maestro tienen ustedes». Y sin embargo, todo el mundo llama maestro al gásfiter, al carpintero, al albañil, etc. Y a nadie se le ocurre decir que va contra el Evangelio. 4. La paternidad espiritual del apóstol -El apóstol Pablo proclama al Patriarca Abraham como «padre» en la fe. «Abraham viene a ser padre de todos los que tienen fe» (Rom. 4, 11). Queridos hermanos y amigos: éste es el sentido con que la Iglesia Católica usa el nombre de «padre» para indicar al pastor o ministro de la comunidad de los creyentes. No es ni de lejos con el intento de apropiarse de un título divino. Ahora bien, para evitar confusiones y para no dar motivo a escándalos farisaicos, en algunos países la Iglesia Católica utiliza otras palabras para designar a sus sacerdotes. En Alemania, por ejemplo, se usa la palabra «pastor» (con acento en la a) para referirse al sacerdote católico, y «pastor» (con acento en la o) para referirse al ministro evangélico. En Chile usamos generalmente el nombre de «pastor» para referirnos al Señor Obispo. En Francia se llama al sacerdote con el título de «l´Abbé». En Cataluña, España, se le llama Mossén. Pero en América Latina está arraigada la costumbre de llamarlo «padre». Quienes tengan dificultad, que le llamen «hermano», que es también una hermosa palabra. Pero entendidas así las cosas, se puede usar la palabra «padre» y «maestro» sin que ello signifique un agravio ni ofensa a Dios. Se trata simplemente de una paternidad espiritual. 5. Lo que importa es ser un servidor de la comunidad Toda autoridad en la Iglesia debe fundamentarse en la fraternidad y en el servicio a Dios y a los hermanos. El que enseña y dirige la comunidad también es un hombre pecador y no debe sentirse como los grandes del mundo, sino que debe ser un amigo, un hermano, un padre y servidor en Cristo Jesús. Así que referente al nombre de «hermano» o «padre» o «pastor», se lo digo una vez más: lo que importa es el espíritu con que se dice más que la letra. ¿No dijo, acaso, el apóstol: «La letra mata y es el espíritu el que da vida»? (2 Cor. 3, 6). Dice el CATECISMO: b)¿Confesarse con un hombre? Queridos hermanos: Queridos hermanos católicos, en esta carta quiero explicarles primero lo que nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados, y luego voy a contestar algunas dudas acerca de la confesión que algunos hermanos de otra religión nos plantean. Muchos católicos, sin mayor formación religiosa, fácilmente se dejan influenciar por estas inquietudes y sin darse cuenta se les van los grandes tesoros que Jesús confió a su Iglesia. Con esta carta no quiero ofender a nadie, pero lo que me mueve a escribir estas líneas es el amor por la verdad. Ya que solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32). ¿Qué nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados? En el Nuevo Testamento, por primera vez, aparece alguien, al lado de Dios Padre, que perdona los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí mismo: «El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Mc. 2, 10). Y en verdad Jesús ejerció su poder divino: «Cuando Jesús vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc. 2, 5). Frente a una mujer pecadora Jesús dijo: «Sus pecados, sus numerosos pecados le quedan perdonados, por el mucho amor que mostró» (Lc. 7, 47). Y en la cruz Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43). 2. Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus apóstoles. Jesús quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como en su vida y en sus obras, fueran signo e instrumento de perdón. Y pidió a sus discípulos que siempre se perdonaran las ofensas unos a otros (Mt. 18, 15-17). Sin embargo, Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus apóstoles. Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de la reconciliación con la Iglesia. Lo expresó particularmente en las palabras solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mat. 16, 19). Esta misma autoridad de «atar» y «desatar» la recibieron después todos los apóstoles (Mt. 18, 18). Las palabras «atar» y «desatar» significan: Aquel a quien excluyen ustedes de su comunión, será excluido de la comunión con Dios. Aquel a quien ustedes reciben de nuevo en su comunión, será también acogido por Dios. Es decir, la reconciliación con Dios pasa inseparable-mente por la reconciliación con la Iglesia. El mismo día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a los apóstoles, sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pe-cados, les quedarán perdonados y a quienes se los retengan, les quedarán retenidos» (Jn. 20, 22-23). Y en la Iglesia primitiva ya existía el ministerio de la reconciliación como dice el apóstol Pablo: «Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación» (2 Cor. 5, 18). 3. Los apóstoles comunicaron el poder divino de perdonar pecados a sus sucesores. Las palabras de Jesucristo sobre el perdón de los pecados no fueron sólo para los Doce apóstoles, sino para pasarlas a todos sus sucesores. Los apóstoles las comunicaron con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6). Los apóstoles estaban conscientes de que Jesucristo tenía una clara intención de proveer el futuro de la Iglesia; estaban convencidos de que Jesús quería una institución que no podía desaparecer con la muerte de los apóstoles. El Maestro les había dicho: «Sepan que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no podrán vencer a la Iglesia» (Mt. 16, 18). Así las promesas de Jesús a Pedro y a los apóstoles, no sólo valen para sus personas, sino también para sus legítimos sucesores. Como conclusión podemos decir: Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor. 5, 18). Los obispos, o sucesores de los apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ahora ejerciendo este ministerio. Ellos tienen el poder de perdonar los pecados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Dudas que plantean otras iglesias acerca de la confesión Los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don llegara a todas las personas de todos los tiempos, les dio ese poder de manera que fuera transmisible, es decir, que ellos pudieran transmitirlo a sus sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a «presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos tienen hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles: «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados» y nunca agradeceremos bastante este don de Dios que nos devuelve su gracia y su amistad 2. ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús simplemente los perdonaba? Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una confesión. Pero el Maestro divino leía claramente en los corazones de la gente, y sabía perfectamente quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes no. Jesús no necesitaba esta confesión de los pecados. Ahora bien, como el pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está representada por sus obispos y sacerdotes. Y como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados. No basta una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad. Además el hombre está hecho de tal manera que siente la necesidad de decir sus pecados, de confesar sus culpas, aunque llegado el momento le cuesta. El sacerdote debe tener suficiente conocimiento de la situación de culpabilidad y de arrepentimiento del pecador. Luego el sacerdote, guiado por el espíritu de Jesús que siempre perdona, juzgará y pronunciará la absolución: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». La absolución es realmente un juicio que se pronuncia sobre el pecador arrepentido. Es mucho más que un sentirse liberado de sus pecados. Es decir, a los ojos de Dios: no existen más esos pecados. Está realmente justificado. Y como consecuencia lógica, dada la delicadeza y la grandeza de este misterio del perdón, el sacerdote está obligado a guardar un secreto absoluto de los pecados de sus penitentes. 3. «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dirán algunos. Y les respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y dice todos los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que no ha pecado, es un mentiroso» (1Jn. 1, 8). Aquí la única razón que aclara todo es esta: Jesús lo quiso así y punto. Jesús fundamentó la Iglesia sobre Pedro sabiendo que Pedro era también pecador. Y Jesús dio el poder de perdonar, de consagrar su Cuerpo y de anunciar su Palabra a hombres pecadores, precisamente para que más aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos los hombres. Con razón nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este tesoro en vasos de barro y sentimos el deber de crecer día a día en santidad para ser menos indignos de este ministerio. El sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque recibió de Jesucristo el poder de hacerlo. Además, durante la confesión aprovecha para hacer una corrección fraterna y para alentar al penitente. El confesor no es el dueño, sino el servidor del perdón de Dios. Y otro punto importante es que el sacerdote concede el perdón «en la persona de Cristo»; y cuando dice «Yo te perdono…» no se refiere a la persona del sacerdote sino a la persona de Cristo que actúa en él. Los que se escandalizan y dicen ¿cómo un sacerdote que es un hombre puede perdonar a otro hombre? es que no entienden nada de esto. 4. ¿Qué otras diferencias hay entre católicos y protestantes acerca de la confesión? El protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y dice que Dios lo perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha perdonado? Muy difícilmente queda seguro de haber sido perdonado. En cambio el católico, después de una confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre…», queda con una gran seguridad de haber sido perdonado y con una paz en el alma que no encuentra por ningún otro camino. Por eso decía un no-católico: «Yo envidio a los católicos. Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido perdonado o no. En cambio el católico queda tan seguro del perdón que esa paz no la he visto en ninguna otra religión». En verdad, la confesión es el mejor remedio para obtener la paz del alma. El católico sabe que no es simplemente: «Pecar y rezar, y listo». Pongamos un caso: Una mujer católica comete un aborto. No puede llegar a su pieza, rezar y decir que todo está arreglado. No. Ella tiene que ir a un sacerdote y confesarle su pecado. Y el sacerdote le hará ver lo grave de su pecado, un pecado que lleva a la excomunión de la Iglesia. El sacerdote le aconsejará una penitencia fuerte. Ella quizás hasta llorará en ese momento y antes del próximo aborto seguramente lo pensará tres veces… ¿Y ese señor que compra lo robado? ¿Y esa novia que no se hace respetar por el novio? ¿Y esa mujer que quita la fama con su lengua? ¿Y ese borracho?… Confesando sus pecados, se encontrarán con alguien que les habla en nombre de Dios y les hace reflexionar y cambiar su vida. Queridos hermanos, termino esta carta con una gran esperanza de que nosotros los católicos seamos capaces de descubrir de nuevo el gran tesoro de la confesión. Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión. Un gran psicólogo decía: «Yo no conozco ningún método tan bueno para mejorar una vida como la confesión de los católicos». Espero que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su Iglesia, sea también provechoso para el crecimiento de nuestra vida espiritual. Décima a lo Divino por el Hijo Pródigo: Cuestionario a) ¿Hermano o Padre? b) Confesarse con un hombre? Video 2. Click aquí 3. 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